El campo estelar, el de la tradición, tendrá una nueva cancha: verde, sintética, no como aquella superficie natural que, dos décadas atrás, entre disputas por su posesión, más tardó en colocarse que en marchitarse.
Con la instalación, la cancha, actualmente vulnerable ante la más breve de las lluvias, podrá ser utilizada de inmediato, en cualquier época del año, para dar salida a las dobles o triples jornadas diarias que programan las ligas usuarias.
Para empezar, cinco millones de pesos conseguidos por el diputado futbolista, quien promueve la dignificación del escenario donde él mismo aún juega y del que han surgido los talentos de la ciudad.
La liga administradora, dispuesta a sacrificar los ingresos que percibe por la presentación de espectáculos musicales, prepara su mudanza a otras canchas mientras se pinta de verde el hoy dañado rectángulo terregoso.
A unos días de que concluya el año, el campo, homónimo del fraccionamiento en el que se encuentra, sufrirá una transformación que hará honor a su historia, forjada por las leyendas del balompié local.
En tiempos de tecnología, de innovaciones, las expectativas son grandes para el campo de los futbolistas: actividad durante todo el año, pasto moderno, drenaje funcional y todo lo que necesita una obra de tal trascendencia para el deporte de la ciudad.
Desde que fue dada a conocer por su promotor, la noticia movilizó a las empresas de la región, deseosas de entrar al concurso por vestir al legendario campo de futbol, luego de que las experiencias previas evidenciaron que lo foráneo no es sinónimo de calidad.
Los aspirantes a adjudicarse la obra, prepararon sus proyectos para enviarlos al proceso competitivo, tratando de demostrar que la inversión puede quedar en casa con resultados satisfactorios.
Rebasado el millón de pesos de inversión, obligado el concurso, pensaron.
Pero, para mantener la tendencia predominante en la ciudad cuando hay dinero público de por medio, las empresas participantes terminaron inconformes, acusando vicios en el proceso.
La obra, denunciaron molestos los representantes de una empresa local, fue otorgada a una compañía foránea de manera directa, sin licitación pública.
Y, pese a las experiencias previas, el escenario, que tuvo que esperar por varios años para ser atendido, se ha convertido en un “conejillo de indias” más, tal como lo fueron en su momento “la catedral del beisbol” o “el estadio que no es estadio” o “la des-pista-da” o “la-cancha-a-la-que-de- célebre-sólo-le-quedó-el-nombre”.
En la ciudad de la sospecha, donde hasta el pasto sintético se marchita y a duras penas dura tres años, las cosas no cambian.

mdominguez@elvigia.net
md_niebla@hotmail.com





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