APUNTES PERDIDOS
Por Marco Antonio Domínguez Niebla
Días como hoy. Lo imaginé. Escribía y entregaba puntual, sin que algún editor, de esos a los que luego degradan, estuviese llame y llame para solucionar el viacrucis que le significaba completar el encabezado, o armar un pie de fotografía, o completar, a modo de resumen, eso que llaman sumario. Sé que algunos no me entenderán si su oficio nada tiene que ver con el mío. Para ellos, relataré que en ese día ideal no había hora determinada de entrada ni salida, ni reloj checador, ni un patrón que llegara a saludar, recién desempacado de sus largos viajes por Europa, repitiendo mecánicamente los nombres de esas sombras deambulantes a las cuales apenas son capaces de distinguir como una estadística más de la nómina. También imaginé que llegaba esa hora, entre las tres y las cuatro de la tarde, y me sentía libre, capaz de cumplir con la cita planeada desde la urgencia por terminar las tareas del día, hasta encontrarme con el platillo elegido y posteriormente disfrutado sin prisas ni presiones. El teléfono, ese mismo día, traía detrás de la línea la única voz capaz de demostrar que el término amigo está reservado para aquellos que arriesgan todo por creer en un proyecto, en tu idea de alto riesgo planteada desde la zozobra que, bien canalizada y en completa comunión, transforma los malos tiempos en tiempos de oportunidad. Y horas después, la imaginación fértil y desbordada de ese día cualquiera, me encontró en una butaca de cine, feliz y cómplice de un chiquillo de ocho años, riendo, ambos, con un pequeño oso que habla, y extrañándola a ella, la chica de once que esta vez no pudo acompañarnos. Ya de noche, la última llamada a casa de ella para ver cómo anda todo; responde que todo va bien y le cuento anécdotas de sus nietos. Ni pellizcos ni golpes de realidad. No, en días como éste.
Llama el sobrino. El programa era de deportes. Corrijo: el programa era de futbol. Sábados al mediodía, sólo una vez a la semana. Suficiente para que yo, el programador y productor de la estación de frecuencia modulada, pudiera quitarme la camisa de fuerza de un empleo que no me hacía feliz para jugar una hora a ser lo que en realidad quería hacer durante toda mi vida: hablar, escribir, debatir y conjugar cualquier verbo que tuviera que ver con el futbol. Lo local apenas era tocado. Pero por aquellos días de 1999, Atlas recién había afincado una escuela de futbol en Ensenada. Y a la redacción de la radio llegó una invitación que notificaba el arribo «oficial» de los Zorros al campo Nueva Ensenada. Aproveché el tema para hablar desde mi pasión por el pasado reciente de Atlas y el entrenador que, en mi opinión, había dado forma a la generación de los rojinegros que entonces, dirigidos por Lavolpe y capitaneados por Pavel Pardo y Rafa Márquez, ocupaban los primeros planos del futbol nacional. «Marcelo Bielsa, ahora técnico de la selección argentina, es el creador del auge y la identificación que existe por Atlas en todo México». Algo así, palabras más, palabras menos, dije por la frecuencia de la 92.1. Entonces, el teléfono sonó y el operador, un tipo llamado Julián, que enriquecía la transmisión con su creatividad para manejar «los controles técnicos», le solicitó a la persona que pedía hablar con «el conductor del programa», que esperara un poco hasta que «mandara a corte». Llegado el momento, tomé el teléfono y escuché el esbozo de un saludo atento, seguido por una especie de exigencia dirigida a que rectificara mi comentario e incluyera en el mismo a un hombre clave dentro del proyecto del que, según yo, me refería con tanta auoridad: «Mi nombre es Víctor Flores, soy el responsable de la Escuela Atlas y te comento que mi tío formó la estructura inicial y fue quien tomó la dirección de las fuerzas básicas cuando Bielsa se fue en el 95». Algo así, palabras más, palabras menos, dijo por la línea telefónica de «La primera F.M. de Ensenada». Lo invité a la radio, platicamos y se forjó una relación de respeto tanto con Víctor como con su hermano Sammy. Han pasado 15 años y también han pasado un montón de cosas más. A Víctor hace un tiempo que no lo veo. A Sammy, sí. Es accionista de los Tiburones Blancos, un equipo de Tercera División que, por cierto, establecerá un convenio de colaboración este sábado con Grupo Pachuca. Viene a firmarlo, por parte de los Tuzos, el Tío Efraín.
Un contador de historias menos. Ser arrollado por un auto es uno de esos riesgos que corremos todos quienes caminamos las calles de cualquier ciudad, ya sea por algún descuido propio o ajeno. Ignoro cómo pasó y desconozco si habrá algún tipo de muerte digna. Sólo sé que José Luis García, era un buen hombre que no merecía ese final. Lo cierto es que por los rumbos del deportivo Antonio Palacios se extrañarán las anécdotas y todo el beisbol que «Don Gato» aún tenía por contar.