Sólo una puerta separa la realidad de la ficción.
Afuera, la realidad. Los pequeños rehenes acusando al cachorro de hostigamiento, de obstaculizarlos para cobrarse alguna de sus tantas venganzas.
Adentro, la ficción. El patriarca premiando la lealtad del cachorro. Es su orgullo, el heredero que sigue sus pasos con vehemencia, el discípulo que utiliza la ley para amedrentar, para castigar a sus opositores.
El guión es el de siempre, sanción a los traidores, a los usurpadores que atentan contra gente tan “honorable” y “democrática”, tan “legal” y “federada”, tan “normativa” y “decente”.
El efecto embriagante del poder dicta la orden precisa: castigo ejemplar a los que supuestamente no existen, a esos que, sin embargo, están tan presentes que son la sombra del evento, la amenaza de tormenta, los opositores del cachorro. “A esos no los dejen entrar, que pataleen allá afuera, quieren ensuciar la fiesta, desacreditarnos, los inconformes no tienen lugar aquí, nos reservamos el derecho de admisión”.
El colmillo largo y retorcido del patriarca ha vuelto a ganar, su tino para elegir la sede, su acierto para negociar con el funcionario ejemplar: “sólo él y su credibilidad, sólo él y su poder de convocatoria, sólo él tan respetado aquí y allá, sólo él como anfitrión, sólo él de nuestro lado para que parezca que todo está bien, que no hay problemas con mi cachorro”.
Nadie se salva, todos, absolutamente todos terminan salpicados, incluso él, el funcionario que por su capacidad en la región apunta a conducir todo a nivel nacional, el único capaz de legitimar lo ilegítimo, el líder cuya imagen junto al patriarca y el cachorro choca, contrasta, decepciona.
La prensa también se divide entre los que dicen las cosas y los que las encubren; entre los comprometidos con la información y los comprometidos con el patrocinio que recibirán para su próxima salida; entre los periodistas y los mercenarios; entre los que ven las cosas para reportarlas y los que no quieren verlas para no reportarlas; entre los que publican hasta las manifestaciones de repudio y los que “cabecean” que todo fue un éxito.
El final del acto es predecible: el patriarca y el cachorro son despedidos con aplausos de los mismos que, tarde o temprano, repudiándolos, festejarán su caída.
Para cerrar actividades, la clausura del evento, fin, se acabó: la cloaca ha quedado al descubierto, narices tapadas, respiración contenida, la casa apesta.

mdominguez@elvigia.net
md_niebla@hotmail.com





Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.