Por Marco Antonio Domínguez Niebla

Milanesas y futbol. Les llaman colectivos, o algo así. El caso es que en el bulevar costero de Ensenada hay uno. Desde la banqueta se lee «Buenos Aires». Y yo, que soy intuitivo y muy pero muy perspicaz, supuse que era comida argentina lo que estaba a la venta en el primero de los locales a la vista. Paso por ahí seguido, casi a diario, sin embargo no me había animado a entrar al lugar donde también se ofertan (en locales vecinos dentro de esa especie de granero) pizzas, jugos naturales, tacos y hamburguesas. Resumo por cuestión de espacio y les cuento que un día cualquiera por fin me decidí. La atención de la pareja encargada del lugar (además de la milanesa de ternera monumental, acompañada de una cama de lechuga, un par de rodajas de tomate y papás fritas que escapaban del plato de tan abundantes) me dio la confianza de regresar. En una de esas vueltas, miré una imagen colgada del refrigerador: El Papa Francisco y la bandera de San Lorenzo de Almagro unidos en el mismo afiche. La plática fluyó y desde entonces he descubierto un montón de cosas del campeón de la Copa Libertadores. También me he enterado que en su niñez el Kun y Messi no eran tan amigos como son ahora, a causa de la rivalidad surgida por el talento precoz, prematuro de ambos, y que había un tercero en discordia dentro de esa generación, David Depetris, cuyo destino no ha sido Barcelona o Manchester City en Europa sino Monarcas Morelia, sotanero del pasado torneo liguero en México. He sabido, también de primera mano, que hubo un portero virtuoso, tan prometedor que a sus 17 años llegó a la primera de Independiente y, ya amarrado por el Milan italiano, sufrió un accidente automovilístico que le costó la vida. Su nombre Emiliano Molina, titular a los ocho años de edad en un equipo infantil del llamado Baby Futbol argentino, mientras «Chiquito» Romero, el guardameta titular de Argentina en la final del Mundial 2014, intentaba jugar en la delantera. Y fue entonces que el técnico de ese equipo de «pibes» talentosos, cuyo hijo asimismo llegó a debutar en la primera de Independiente hasta que una lesión truncó su camino profesional, sugirió a «Chiquito» que probara suerte bajo el arco porque adelante el lugar estaba reservado para el prodigioso Kun. El resto es historia. Varios integrantes de la generación 88 triunfan en todos lados y eso emociona a su ex entrenador, tanto que la milanesa, el choripan, las empanadas o cualquiera de los platillos servidos por él mismo saben mejor aderezados con cada anécdota contada ahí en «Buenos Aires».

Volver a ser niño. Francisco era un chico con ciertos hábitos. Cada domingo se acomodaba frente al televisor con su colección de revistas «Fibra América» y un balón con el escudo de las Águilas, su equipo favorito. Era una especie de cábala que funcionaba porque en los ochenta, cuando Francisco desarrollaba con devoción y disciplina dichos hábitos, América ganaba todo. Al paso de los años, mientras Francisco cumplía con cada paso en su camino académico hasta convertirse en todo un abogado, los triunfos de su equipo escasearon. Fueron años complicados, primero 13 y luego ocho de sequía. Pero con los llamados equipos grandes, tarde o temprano, después de tantas malas, llegan las buenas. Y el equipo de Francisco hoy en día es triunfador, exitoso, y contrata, como en aquellos gloriosos años ochenta, a las estrellas de moda del futbol mexicano. Por cuestiones de trabajo, Francisco viajó a la capital. Y a su regreso, recién descendido del vuelo en el aeropuerto de Tijuana, se vio frente a todo el plantel que momentos antes había perdido invicto contra los locales Xoloitzcuintles. Minutos más tarde, Francisco mostraba en Facebook sus fotos con Matosas, Peláez, Arroyo, Samudio, Oribe, Paul… Y en todas parecía rejuvenecido, reconocí a mi hermano menor idéntico al niño que fue, el mismo gesto, la misma emoción de cuando tirado frente al televisor seguía las hazañas de Zelada, Outes, Tena, Brailovsky, Cristóbal o El Vasco. Sólo faltaron sus revistas y su balón.