Marco Deportivo :: El recuerdo del profe
Recuerdo que era gordo, alto, cacarizo, con el pelo crespo y engominado, treintón tal vez, aunque llamaba la atención especialmente por su nariz, ancha y chata.
Usaba un pants verde, siempre el mismo, con la chamarra tan ajustada que resaltaba la curva prominente de su abdomen. El pantalón deportivo era entallado a la cintura con una campana tan amplia que cubría parte de los tenis impecablemente blancos a fuerza de varios manos de cera líquida.
Llegaba al salón con desgano, siempre parecía cansado o deprimido, como todo aquel que equivoca la vocación a la hora de elegir el oficio, la profesión.
La indiferencia que nos generaba su arribo contrastaba con la emoción que nos invadía al ver la bolsa que siempre llevaba consigo: balones parchados, viejos y ovalados, pero suficientes para todo el grupo.
Luego depositaba su humanidad sobre el asiento y hacía dos o tres preguntas de rutina que contestábamos con la prisa de cualquier pequeño fugitivo que quiere huir del salón de clase ante el menor motivo.
Cumplido el trámite, con la mano en alto y sin hablar, realizaba un movimiento invitándonos a salir al patio.
Ya fuera del aula, vaciaba el contenido de la bolsa y empezábamos la disputa por los balones de de fut, volei o basquet.
La clase daba inicio, transcurría y llegaba a su término, sin su presencia.
Mientras nos dábamos vuelo finalizando la “cascarita” que había quedado pendiente del recreo, su figura, grande y verde, deambulaba por la dirección, café en mano, “matando” el tiempo en amena charla con algún maestro o intendente.
Pasada una hora regresaba a las canchas donde nos distribuíamos, tomaba una bocanada de aire y lo soltaba haciendo sonar su silbato, en señal de que la clase concluía.
Sus tenis seguían blancos, siempre impecables; nuestros zapatos no, en ese momento ya eran un desastre después de la ardua batalla en las canchas de tierra.
De regreso al salón, sólo se detenía para entregar el grupo a la maestra y se retiraba sin decir adiós, al cabo regresaría la próxima semana.
Recién lo recordé después de dejar a mi hija precisamente en la misma escuela donde yo estudié hace treinta años.
Cuando me retiraba, la semana pasada, no pude evitar detenerme por una hora a ver la intensidad y la dedicación de los dos profesores de educación física que impartían su clase en las canchas de la escuela con ejercicios dirigidos, programados.
Quise preguntar por él, pero seguramente estará jubilado, su perfil ya no encaja en la dinámica actual de la educación física.
Además, no recuerdo su nombre, en realidad nunca lo supe, y sentí que sería una descortesía preguntar por un profe gordo, alto, cacarizo, con el pelo crespo y engominado, sesentón tal vez, aunque seguirá llamando la atención especialmente por su nariz, ancha y chata.
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