Por Marco Antonio Domínguez Niebla

Infames

Lo ayudé a bajar la escalera mientras dejaba, cabizbajo, la sala de cabildo. Le ofrecí mi hombro de manera que pudiera sujetarse mientras descendíamos a pasos lentos. “Me estoy cansando, mi querido Marco”. Siempre sonaban tan respetuosas esas tres últimas palabras de la frase que me hacían sentir legitimado, por venir de quien venían. Sin embargo, las tres primeras me retumbaban, preocupantes. Estábamos en el viejo palacio municipal de Ensenada en cuya planta alta un funcionario cabrón, de esos que había entonces y sigue habiendo ahora, recién lo había maltratado. “Me dejó esperando horas y al final me dijo que no estaba en sus manos, que no puede hacer nada, pero lo sentí irrespetuoso, burlón…”, dijo más lastimado por el desdén del “alto funcionario municipal” que por las dolencias propias de la edad, ya cuando se asomaba nuestra meta, la planta baja de la ruinosa instalación ubicada en la Reforma y Ramírez Méndez. Lo consolé y le dije lo que he aprendido desde que entrevisto políticos especializados en volver sinónimo las palabras deporte y demagogia: “Profe, ¿usted cree que un tonto como ese va entender lo que es un Salón de la Fama?”. Estuvo de acuerdo conmigo. “Este señor no nos va a solucionar nada y ya nos dejaron sin terreno”, lamentó en torno a una extensión primero cedida en comodato y luego permutada por ese mismo gobierno municipal hace más de diez años. Jamás respondió el jefe de ese burócrata -el entonces alcalde que decía ser deportista-, como tampoco habría de responder nadie durante el resto de ese trienio ni los tres siguientes. ¿Qué puede entender esa gente sobre la importancia de un Salón de la Fama si no hay nómina donde colocar alfiles, si se trata de un proyecto sin fin alguno de lucro, si no les dejará ganancia política?, pensé entonces y pienso ahora. El profe Alfredo Marín Méndez, ese señor tan educado y respetuoso que sólo quería legarle a Ensenada un trozo de cultura -porque el deporte también lo es- no pudo ver cumplido su proyecto: “Un Salón de la Fama que rescate la memoria deportiva de Ensenada”. Hubo de morir para que Fernando Ribeiro, otro apasionado de la entraña deportiva de su ciudad natal, reactivara lo que parecía desactivado con la partida de su fundador. Pero, igual que el veterano profe Marín, el impetuoso Ribeiro, después de adelantar en seis meses lo que se estancó por años hasta acordar un espacio físico con la única autoridad municipal que respondió, ha topado con una pared, un muro descomunal cimentado por burócratas incompetentes y alcaldes demagogos que no entienden un carajo de deporte (aunque lo hayan practicado), maquinitas repetidoras de frases huecas en cada entrevista que tengo que realizarles porque es lo éticamente correcto y porque así debe ser aun sabiendo que no me dirán nada o me dirán lo que quieran o lo que les ordenen que digan, pura evasivas, puras mentiras. Ahora entiendo aquel “me estoy cansando, mi querido Marco”. Nada más cambian los nombres, mi querido profe. Son los mismos infames, los de hoy y los de entonces.

*El autor es colaborador de AGP Deportes.





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