Cruz Azul








Por Marco Antonio Domínguez Niebla

Pudo ser un gran día

Ya lo he escrito: Fui cruzazulino alguna vez. Y, también ya lo he escrito, lo fui por Superman. Así lo apodaba Ángel Fernández, el narrador estelar de Televisa por los años setenta. Era Miguel Marín, el portero argentino al que Menotti no convocó a su mundial, el del 78, porque jugaba en México y -como ahora- poco o nada se volteaba desde tan al sur hasta tan al norte. Ese desliz azul, sin embargo, me duró unos pocos años. Pero vaya que fue intenso. Tenía mi balón marca Estrella con el escudo de la máquina, todo desgastado porque salía junto a mis hermanos al patio trasero de casa a estrellarlo contra la barda donde se encontraba uno de los arcos o contra la pared del vecino donde se hallaba el otro. También tenía mi camiseta traída por papá desde la misma capital y la vestía cada sábado en espera del noticiero vespertino del canal 2 para conocer el resultado, porque por aquellos primeros años de los ochenta llegaban hasta acá muy pocos juegos; sólo el dominical por la mañana, después de Chabelo y Burbujas. Hasta que un día se fue Marín y con él se fue mi fervor por la máquina celeste. Nunca le he recriminado al niño que fui la deslealtad a esos colores. Hay momentos de la vida en los que uno topa con aquel primer libro te marca, o aquella película que decide tu camino. Igual pasa con el deporte. El último día que vestí de azul, -domingo por la mañana- un lateral americanista llamado Vinicio Bravo escapó por su banda, la izquierda, gambeteó para acomodarse la pelota a la derecha antes de patear y estrellarla en uno de los palos del arco, creo que ya defendido por el Oso Ferrero o por alguno de los porteros tan menores de acuerdo a la talla de su antecesor, el gran Superman, y de pronto me encontré lamentando la falla águila y no celebrando la suerte cementera. ¿Qué había pasado ese día? Que encontré mi camino. Y éste se ubicaba en la acera de enfrente. No más la azul. Estaban por venir un montón de alegrías esos inicios de la década más gloriosa de mi nuevo equipo. Y pese al montón de decepciones, la diferencia del cruce de vereda está en la cantidad de satisfacciones (algunas con ese antiguo amor como víctima). Sin embargo, cuando insistes en la referencia y reincides en aquello de esto «ya lo he escrito», es que algo significó sobre todo si tocó los años de infancia. Así que hoy seguramente sería un poco más feliz por lo sucedido en Monterrey, de haber sido fiel a aquella convicción, al final pasajera. Aunque sólo sea la copa.

*El autor es colaborador de AGP Deportes.





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