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Por Fernando Ribeiro Cham

Bases

Le digo la razón por la que me gusta ser columnista. Fácil, no hay ataduras. Lo mismo se puede elogiar un logro o una trayectoria, sin llegar a ser un publirrelacionista, que criticar aquello con lo que no se coincide y claro, entender que el señalado tiene su derecho de réplica.

Dicho lo anterior y al ver una foto de Isaac Núñez Farfán, gimnasta mexicano y ensenadense que hoy competirá en la final all around de Lima, montado sobre el caballo con arzones, paralelamente lo veo con sus dos pies depositados en una cubeta que cuelga de una de las vigas del techo y sus brazos impulsándolo para hacer círculos alrededor del que llamábamos «honguito”.

Cierro los ojos y recuerdo a este niño, callado, sonríe poco, escucha mucho, ejecuta al máximo. Esperan turno Dylan, Kristhian, Sergio y los demás. Óscar da instrucciones a Joaquín que hace salto, mientras Daniel y Santos ya están en la preparación física.

“Puntas”, “extiende las piernas”, “te lo he repetido muchas veces”, “ya bájate si no quieres hacerlo bien”, grita el gruñón, porque eso es lo que es y lo que será, aunque vaya a sus sesiones de toastmaster, cambie la sudadera por el saco o ahora ande metido en no sé qué cosas del desarrollo cognitivo neuronal, en esencia es un gruñón, perfeccionista y con un estilo dictatorial y de mando directo de enseñanza, aunque me hable del descubrimiento guiado y la colaboración en el aprendizaje, no me lo creo, eras y sigues siendo ese cabrón que exigía que las cosas se hicieran como tú decías o no se hacían y sabes algo, por eso, como antes lo llegué a decir y hoy viendo a tu niño Isaac competir lo puedo reafirmar, es que eres un muy buen entrenador, un entrenador de bases, uno de los mejores que he visto y algo más, estoy seguro de que tus niños te respetaban y te respetan y te querían y te siguen teniendo aprecio.

Ser entrenador de bases es entender que la misión es sembrar, aun cuando la cosecha quizá sea “levantada” por manos distintas. Es entender, parafraseando al poeta libanés Jalil Gibrán, que “tus deportistas no son tus deportistas, son hijos del deporte mismo”.

Hoy quizá veamos un doble mortal en el auditorio andino, pero antes de eso seguro hubo una rodadita al frente y mucho antes un “lleva tu barbilla al esternón”. En la progresión de la enseñanza, en la vida de un atleta desde su iniciación hasta su retiro, hay muchas manos, muchas voces. El deporte es una escuela en sí mismo, una constante de ensayos, errores y aciertos, una estructura arquitectónica a la que se le van añadiendo capas y niveles, pero es en los cimientos donde descansa su potencial.

Aquel niño que hacía círculos con los pies sobre una cubeta, ya es uno de los mejores ocho gimnastas del continente. Hoy volverá a competir y lo hará acompañando al que seguro miraba como ejemplo a seguir y ahora es compañero de selección y ahí estará frente a la televisión o la lap, aquel gruñón, el exigente, el de “lo haces o te bajas”, ese que aunque se vista de lo que quiera, muy buen entrenador de bases se queda. Esos triunfos también son tuyos. Felicidades Ernesto.

*El autor es Licenciado en Actividad Física y Deporte por la UABC. Fue responsable de deporte asociado en el Instituto del Deporte de Baja California. En la actualidad encabeza la coordinación de educación física en el Sistema Educativo Estatal. También preside el consejo directivo del Salón de la Fama del Deporte de Ensenada.







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