Por Marco Antonio Domínguez Niebla

Acople Mathos

Me pegó el grito. Yo salía de una tienda de autoservicio cuando él apenas pagaba. Lo esperé. ¿Cómo está, mi Marquitos? Me dio gusto verlo. Hacía mucho que no sabía de él. Bien, ¿cómo le va, Mathos? Lo pregunté como una cortesía, la muletilla común, porque no detecté en su físico estragos de lo que estaba por contarme ese hombre al que difícilmente podría calcularle la edad, siempre idéntico, con su bigote grueso, su cabello abundante, el mismo corte y el andar de quien ha dejado sus rodillas sobre las canchas de futbol. Caminamos por la Floresta, desde la calle cuarta hasta la primera. El tramo fue suficiente para enterarme, sin dramas ni exageraciones, todo lo que atravesaba. Primero me relató que tenía unos cuantos meses de haber llegado de Ciudad Obregón. Me troné la cadera, fracturado, y me mandaron hasta allá para cirugía, pero mírame, mi Marquitos, ya caminando. Le dije la verdad, que me daba gusto verlo de nuevo activo, recorriendo a pie las calles de Ensenada, como cuando llegaba a El Vigía, el diario donde trabajé casi una década, a dejarme las programaciones de la liga de futbol sala de Valle Verde, selladas por su rúbrica y el destinatario, o mejor dicho, los destinatarios: “Para Marquitos y su acople Alex”, en referencia a mi inseparable amigo, fotógrafo y compadre. Qué bueno que la libró, Mathos, le comenté, aliviado. Pues todavía no, me dijo, esa vez sin su característico cigarrillo, resulta que cuando me recuperé de lo de la cadera, me salía una bolita en la pierna, primero no le hice mucho caso hasta que fue creciendo y resultó ser un tumor, cáncer. No lo interrumpí, lo dejé seguir. Pero ya voy saliendo de esto que ha sido durísimo, tanto que hubo un momento en el que tenía que limpiarme la herida en mi pierna hasta casi tocar hueso, lo bueno es que conseguí un té, un polvo negro, de sabor un tanto desagradable, que me ha servido mucho. Le conté que una persona cercana a mí estaba viviendo algo similar y prometió buscarme para compartirme de esa sustancia. Ya ni lo necesito y me quedó, me dará gusto que les sea de ayuda, me expresó de manera efusiva. Intercambiamos teléfonos. Y nos despedimos. Pasaron algunos meses y lo reencontré hará cosa de semanas, tres, cuatro, no lo sé. Estaba afuera del seguro. Ya no caminaba. Estaba solo, esperando a sus compañeros del instituto del deporte de Ensenada, en su silla de ruedas. Le estreché la mano y él, sin dramas ni exageraciones, mientras tocaba la parte superior de una de sus piernas, me dijo: mírame, Marquitos, incompleto pero igual de optimista. Le volví a decir la verdad, que lo veía bien a pesar de todo, con su sonrisa y la vibra de siempre. Nos despedimos, esa vez para siempre.  

*El autor es colaborador de AGP Deportes.





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