APUNTES PERDIDOS


Por Marco Antonio Domínguez Niebla
El señor de las programaciones
Mamá recién había enviudado hacía un año y nos contaba de su amigo, el señor amable que llegaba a casa para dejar las programaciones. Los celos iniciales se transformaron en confianza cuando fuimos descubriendo, mi hermano Ángel y yo, quién era el señor de los programaciones. A la radio donde trabajábamos llamaban para saber cuándo revelaríamos el rol juegos de “El Zapata”. Eran otros tiempos, los primeros noventa, sin Facebook ni redes sociales. Y “El Zapata” era el promotor de la Liga de Basquetbol de la Colonia Hidalgo, y también era el señor que dejaba las programaciones en casa y que platicaba con mamá porque la estación donde trabajábamos mi hermano Ángel y yo estaba hasta arriba (bien hasta bien arriba), en lo más alto del cerro de Chapultepec de Ensenada, a una calle del Canal 23 de Televisa, que se ve de todos lados por su gran antena. Entonces mi hermano Ángel y un reportero muy capaz llamado Mauricio Lira se encargaban de los segmentos deportivos de los noticieros Al Punto transmitidos en Estéreo Sol 92.1, la primera FM de Ensenada, que entre mediados del 90 y finales de esa misma década era la que todos escuchaban en la ciudad. Con los años, los dos, Ángel y yo, emigramos de la radio. Yo, por cosa del temperamento, siempre antes que él de todos los trabajos donde coincidimos, y con el tiempo, de nuevo juntos, llegamos a un periódico, El Vigía. Entonces, por la ubicación, más cómoda para quien se conduce a pie, en la calle Primera frente al Cobach, y ya como reporteros de prensa escrita, encontrábamos las programaciones de “El Zapata” en la bandeja adjudicada a la sección deportiva, tarea que el promotor hacía de manera puntual, en hojas fotocopiadas y escritas a mano con todos los resultados y las próximas programaciones, antes de continuar su peregrinar, dirigiéndose a El Mexicano y las radios que en ese momento transmitían programas especializados en deportes. Su empeño tuvo recompensa pocos años después cuando el gobierno estatal apoyó la moción de dejar de las canchas al aire libre de la unidad Vicente Guerrero de la Colonia Hidalgo y construir un nuevo gimnasio, en 2005. Los gobiernos estatales y municipales de la época, sin embargo, trataron de evitar que la instalación se convirtiera en el gimnasio del Zapata y metieron de todo: voleibol, artes marciales, simposios, de todo más allá del basquetbol, a manera de que el impulsor del proyecto se sujetara a las medidas de la autoridad. De esos tiempos a la fecha, caminantes, como somos ambos, nos seguimos encontrando periódicamente por las calles de la ciudad, e incluso compartimos experiencias en el quirófano y con el mismo traumatólogo: él por una fractura de tobillo a causa del deporte y yo con una fractura en el brazo por subestimar el fanatismo de un admirador. De modo que, sujetado de su bastón, con la rebeldía que trae consigo hasta en el apellido, me actualiza las disputas permanentes que sostiene con las autoridades por aquel gimnasio que soñaba para las mañanas, tardes y noches de baloncesto, y del cual ha quedado una instalación con más de 70 goteras y una superficie dividida, fragmentada, para meter más canchas de todo y para todo, a como dé lugar. Este viernes, después de un buen tiempo sin vernos, lo reencontré: nos convocaron del cabildo de Ensenada para informarnos que votarían la propuesta para que el gimnasio de la Colonia Hidalgo dejara de ser ubicado como una mera referencia geográfica y fuera bautizado con el nombre de quien verdaderamente lo merece. La cosa fue unánime. Resuelto el asunto, platicamos, lo entrevisté. Además lo felicité y lo abracé. Recordó a mi madre, y me retribuyó el abrazo a modo de condolencia, apenas a tres meses de aquello. Seguro, le comenté, que ella habría festejado el homenaje a su amigo, el señor de las programaciones.
*El autor es colaborador de AGP Deportes.