México y los tramposos del Maratón


Por Néstor Cruz Tijerina
«La corrupción es un problema cultural en México», dijo una vez el ex Presidente Peña y se lo comieron vivo. Lo funaron, lo cancelaron y eso sirvió para que políticos oportunistas tomaran el tema como bandera y ganar simpatía.
¿Pero tenía algo de razón el ex mandatario? Nunca vi un debate serio al respecto. Y entiendo porque viniendo esa frase de él, el último representante con poder de esa vieja clase política que fue tan nociva, parecía un chiste.
Quizá Peña quería intentar hablar de un tema que a nadie le gusta reconocer. El pueblo, luego de años de deficiente sistema educativo, de pobreza y resentimiento con las clases poderosas en lo económico y político, ese pueblo que hoy llaman bueno y sabio para ganar con éxito votos, se convirtió en una masa apática, irreflexiva, irresponsable y, sí, corrupta. No todos, pero desafortunadamente una gran parte.
Una estadística preocupante nos la regaló el Maratón de la Ciudad de México del año pasado. De 32,640 corredores que participaron en el evento, más de 11 mil hicieron trampa y fueron descalificados, según datos oficiales de los organizadores.
Más de una tercera parte de los inscritos, decidieron ser corruptos de las siguientes formas:
-Metiéndose en algún punto avanzado de la ruta.
-Saliéndose a cortar camino, o tomar el metro de un punto a otro.
-Yéndose a desayunar o tomar un café para hacer tiempo y luego cruzar la meta.
-Metiéndose en corrales de salida que no corresponden a su ritmo, con tal de salir en la foto.
-Publicando en sus redes sociales discursos arranca lágrimas sobre su gesta heroica al cumplir uno de los «check list» favoritos de los seres humanos, junto a plantar un árbol y tener un hijo.
¿Cómo se descubrió este fraude tumultuoso? Fácil, con el chip que tiene cada uno de los dorsales que se ponen los corredores.
Entre los tramposos había de todo: Señores de avanzada edad que presumieron con sus nietos y amigos de tertulia; influencers en busca de likes; «coaches» fraudulentos de deporte y superación personal; «atletas» patrocinados por grandes marcas… Y en general, gente común y corriente que no tenía ninguna necesidad de cometer tal deshonestidad, pero que en algo tan simple como una carrera atlética, demuestran su pobreza cívica y moral.
Las fotos y los discursos en sus redes sociales son épicos: Brazos levantados al cielo, hincados llorando, hijos de la mano o en brazos, cómplices corriendo con ellos los últimos metros para documentar la gran carrera de uno o cinco kilómetros que lograron.
Por ahí habrá quien dirá: Eso es su bronca, pagaron la inscripción y tienen derecho a su medalla y a hacer lo que hicieron. Y seguramente sí, pero forma parte de esa normalización cultural de la corrupción que ya ni notamos cuando le damos «mordida» al policía, o nos «chingamos» a los demás metiéndonos en una fila.
Roberto Madrazo, político del viejo régimen que cambió sólo de color, fue famoso y quemado internacionalmente por cortar camino en el Maratón de Berlín. Quién iba a imaginar que años después, por iniciativa ciudadana, nos íbamos a enterar que en el Maratón representativo de nuestro país el alma de Madrazo posesionó a gran parte de los corredores mexicanos.
A los que nos hemos preparado por meses de muy intenso entrenamiento para correr un maratón sin parar ni desfallecer, nos molesta que un grupo de tramposos se hagan llamar maratonistas. Pero a la sociedad mexicana en su conjunto debería de preocuparle que entre nosotros esté tan arraigada la cultura de la corrupción.
Cada caso de los tramposos del Maratón es específico: Están los carentes de atención, los abusivos, los mentirosos patológicos, los patéticos, los valemadristas…
¿Cuántos de éstos andan por ahí en nuestra comunidad, a cargo de labores importantes? ¿Cuántos nos cobran la luz, están en aulas, en cargos públicos o de impartición de justicia? ¿Cuántos son nuestros vecinos?
Eso debería de ocuparnos en reforzar nuestros valores éticos y cívicos. En fortalecer nuestra salud física y mental, para no tener que recurrir a trampas que parece que no hacen daño, pero sí lo hacen, y bastante. Porque con esa base y ejemplo crecen las nuevas generaciones, y luego será muy difícil dar marcha atrás.
Una reflexión que lamento que suene tan seria y negativa, pero que debería alarmarnos, si es que luego nos quejamos de que un acto de corrupción nos afecta, como el simple desvío de recursos para tapar el bache de enfrente de nuestra casa, por ejemplo.
Sería bueno dejar de ver sólo en el frente de nuestra casa y pensar en lo que estamos haciendo como comunidad. Condenar y denunciar este tipo de corrupción, y toda la demás que veamos, podría ser un buen punto de inicio.
Comparto por último una página que se ha encargado de denunciar satíricamente todas estas anécdotas del Maratón de la Ciudad de México que narré. Evento que se llevó a cabo el pasado fin de semana, por cierto, y que nuevamente nos está regalando surrealistas historias de mexicanos en plena apología de la corrupción.
Enlace de la página: https://www.facebook.com/share/JC1RmmeLbe8nYQ9F/?mibextid=qi2Omg
