Por Alejandro Zepeda

Dicen que el beisbol es un deporte lleno de drama, pero Freddy Lugo, eterno presidente de la Asociación de Beisbol de Baja California, parece haber decidido que el dramatismo del espectáculo debe ir más allá del diamante. 

¿Cómo se explica su bochornosa huida el pasado domingo, tal como si fuera un matador viejo, acabado, en decadencia, perseguido por un toro de lidia en pleno Deportivo Antonio Palacios?

Para quienes desconocen la historia, hace apenas una semana, Lugo fue corrido a gritos, mentadas y una que otra cerveza voladora, del campo de la Liga Amateur de Mexicali durante la final estatal. Obviamente dichas muestras corresponden a su manejo de 26 años al frente del beisbol estatal, así como por su habilidad para ganarse el desprecio de la afición, que lo despidió con un cariño tan efusivo como el proferido a aquel ampayer que recién ha finalizado el juego marcando un strike totalmente fuera de la zona contra el equipo local.

Y así, este domingo, Freddy Armando llegó a la ruinosa “Catedral del Beisbol de Ensenada”. Pero no lo hizo como uno esperaría de un presidente, con la frente en alto, la voz enérgica y la actitud altiva que lo acompañaban en sus años de gloria. No, llegó casi a gatas, pecho tierra, escondido, como quien es esperado en casa a altas horas de la noche, sin el permiso de la autoridad respectiva. 

Apresurado, ansioso, sin siquiera poder dominar sus gestos, su lenguaje corporal, en un intento vano de pasar desapercibido, apenas fue capaz de cumplir su misión: entregar el trofeo al campeón del estatal de beisbol. Lo hizo con la mayor rapidez posible, no fuera a ser que los abucheos del pasado domingo en la capital del estado lo persiguieran hasta Ensenada.

Cayó el out 27 y antes de que los primeros aplausos pudieran siquiera retumbar en las estructuras del cada vez menos funcional deportivo Palacios, ya estaba Freddy corriendo con rumbo al campo. Nada de discursos, nada de ceremonias. Ni esperó a que le cedieran el micrófono. No hubo “con bombo y platillo”, no hubo nada. Simplemente le entregó el trofeo al primer jugador que vio, casi como quien arroja una papa caliente. “Ahí está el trofeo, buen trabajo, muchachos, felicidades”, escupió como deshaciéndose de una flema incómoda, mientras el jugador representante del seleccionado campeón, aturdido, exclamó: “Freddy, que nos anuncien por el micrófono, ¿cómo así?”. Pero el directivo ya tenía otra cosa en mente: la salida. 

Intenté, como buen periodista, acercarme para una entrevista. Fue inútil. Parecía que Lugo estaba a punto de romper el récord de los 100 metros planos, pues salió disparado por la puerta trasera del inmueble de la calle Nueve antes de que nadie pudiera decir “¡Freddy, unas palabras por favor!”. Alcancé a formular mi pregunta y lo único que obtuve fue un “llevo mucha prisa”, mientras su figura se desvanecía en la distancia, huyendo como huye todo aquel cuya consciencia se halla intranquila.

Y yo me pregunto, ¿qué tanta prisa podía tener el presidente de la asociación en su propio evento, de qué huye el organizador de “la fiesta del beisbol estatal”?