Marco Deportivo :: Las Láminas Verdes
La cita era todos los sábados, puntualmente, a las tres de la tarde, en las “Láminas Verdes”, un terreno baldío que esperaba a los beisbolistas improvisados, los chiquillos del rumbo.
Las novenas se formaban de acuerdo a la rivalidad entre vecinos: los de una mitad de la cuadra contra los de la otra mitad.
El ánimo y el deseo de triunfo de los protagonistas estaban muy por encima de la calidad de pelota que se jugaba, pero entonces eso era lo de menos entre “beisbolistas” que apenas entraban a la pubertad.
Nadie se preocupaba por las condiciones del “diamante”, un terreno disparejo, decorado por piedras y hasta clavos que tenían que ser extraídos de la suela del tenis después de la batalla; ni qué decir las consecuencias de cada barrida o lance en pos de la pelota.
El resultado sabatino calaba profundo y era analizado durante toda la semana por los contendientes: los ganadores tratando de repetir la fórmula y los perdedores buscando soluciones para cambiar la historia en la siguiente confrontación.
Mientras tanto las amistades se fortalecían, las rivalidades también.
Una semana entera esperando el momento de volver a jugar, de tener la oportunidad de pararse en la improvisada caja de bateo o en cualquiera de las posiciones de cuadro para impedir el daño del equipo rival.
El juego incluía a todos, nadie era discriminado: ni los más grandes, ni los chiquillos, ni los gordos, ni los retraídos, mucho menos los líderes del barrio.
Así, por varios años, pasaron las tardes de sábado, hasta que la vida fue colocando la convivencia con los amigos del barrio fuera de la lista de prioridades de los jóvenes adolescentes.
Abandonado por los “beisbolistas” vecinos, el espacio fue aprovechado por indigentes acompañados por manadas de perros.
Hoy, una parte del terreno es ocupada por la franquicia de Carl’s Jr. y la otra mitad aún sigue siendo hábitat de mendigos.
Visto a la distancia, aquel acto de invasión a la propiedad privada era simplemente la reacción natural de un grupo de chiquillos necesitados de un lugar dónde jugar, dónde convivir, situación que persiste después de veinticinco años.
Las “Láminas Verdes” –nombre basado en el color de una vieja y desgastada estructura de ese color que alguna vez sirvió como obstáculo para impedir el acceso al terreno– fueron cómplices de una generación que encontró ahí una manera de ocupar sus tardes de sábado.
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