Marco Deportivo :: El chico sin brazos
Cuando llegó, todos nos volteamos a ver y le dijimos que sí, que podía sumarse a la “cascarita”. Sin embargo, fue el último jugador en encontrar equipo aquella mañana veraniega. Los “capitanes” agotaron las opciones y sólo quedaba él, así que no hubo más que decidir con cuál de los dos equipos jugaría el chico sin brazos. La mayoría de los “jugadores” éramos conocidos, un grupo de compañeros de El Vigía que, con la fiebre del Mundial de Alemania, nos reuníamos todos los miércoles por la mañana para desahogar nuestros ímpetus futboleros en la cancha de Roque Cruz, por la Blancarte y sexta. La minoría eran vecinos de la zona que acostumbraban sumarse a las “cascaritas” todas las mañanas, junto a él, José Alfredo, el chico sin brazos. Los “forasteros” dudamos de su incorporación a uno de los equipos y hasta hubo quien, entre dientes, disparó la broma de mal gusto: “hay que ponerlo en la defensa para evitar el riesgo de cometer manos en el área”. En cambio, los vecinos de la zona, lo saludaron con familiaridad, lo llamaron “pique” y hasta le recomendaron ubicarse en ciertos sectores del campo. El encuentro empezó y José Alfredo jugó mejor que todos los que contamos con las dos extremidades: técnica, velocidad y sobre todo una sonrisa permanente, muestra de la actitud con la que enfrenta la vida. El partido terminó y entonces aproveché para charlar con él. Me dijo que su discapacidad no ha sido un impedimento para hacer las cosas que le gustan, como jugar futbol, patinar o montar una bicicleta adaptada. Y no sólo eso: “he sido seleccionado municipal en patines y he participado en dos paseos ciclistas Rosarito-Ensenada”. La euforia futbolera cesó en cuanto finalizó el mundial de Alemania, de modo que acabaron aquellos miércoles de “cascaritas” por la mañana. Tal vez José Alfredo y sus vecinos sigan reuniéndose a completar los equipos de futbolistas improvisados que llegan por las mañanas a la cancha de Roque. Lo único que volví a saber de él, porque recién lo vi hace unos días, es que sigue patinando por cada rincón de la ciudad con la expresión amable, de un joven pleno que actualmente deberá tener entre 22 y 23 años de edad. En esa ocasión, cuando José Alfredo Miramontes pasó por mi lado, lo saludé y él me contestó de la misma manera, seguramente reconociendo a aquel futbolista limitado que después de la “cascarita” lo entrevistó. Luego siguió su camino admirable, regando por las calles de Ensenada su permanente lección de vida.
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