Su rosto no muestra expresiones. Es una mueca tiesa. Todos los saludan con reverencia, como se saluda a un militar de alto rango. Cuando pasa de largo, esos mismos, a sus espaldas, murmuran que lo ven más joven que la última vez. A paso veloz, entra a la sala donde reconocerá al gobernador del estado más productivo en materia deportiva durante el último año. Su mirada es la de un zorro: observa su entorno, no habla durante el acto, sólo mira cada detalle. La ceremonia es rápida. El jerarca tiene pendiente una asamblea con sus agremiados, quienes ya están ahí, en su jurisdicción capitalina. Por ello, se apresura y sale hacia el patio donde entregará una camioneta al estado líder en materia deportiva. Afuera es abordado, le solicitan una entrevista y la concede con amabilidad. Le preguntan por su pupilo y habla maravillas de él. Dice que es el mejor de todo el país, ejemplar, uno de sus alumnos más avanzados (trece años en el poder lo dicen todo). Minimiza las divisiones que la gestión de su discípulo ha producido en la asociación estatal que conduce y dice que el problema sólo es de unos cuantos, “los mismos inconformes de siempre”. Al terminar esa entrevista, llegan los enviados de la prensa capitalina. Los reporteros lo saludan con familiaridad. El tema del día: las disputas legales contra sus declarados enemigos “olímpicos”. Le preguntan de todo y él contesta sin reparo, con la familiaridad de quien, literalmente, tiene una vida como dirigente del deporte. No rehúye a ningún tema y es generoso en las respuestas. Los representantes de la prensa insisten encantados. Cada declaración que dispara, es un cerillo lanzado sobre un galón de gasolina. Al final, deja contentos a los reporteros y se dispone a regresar a la sala, donde lo esperan los titulares de todas las federaciones del país.

Pero antes, toma del brazo a uno de los periodistas, mientras amaga con sacar la billetera.

–Ya vi tu pin… encabezado, cuánto quieres que te dé para que también les pegues a aquéllos.

–También les pegamos –le responde, tímido, el representante de un medio de circulación nacional.

–Sí, pero los madrazos contra ellos salen por allá escondidos, no como los míos, todos a ocho columnas.

–No se enoje –le recomienda el reportero.

En respuesta, el sempiterno dirigente, jugueteando, finta una patada y un derechazo; luego lo abraza, cariñoso: cómo crees, saben que todos ustedes son mis amigos, los quiero, nada más no se pasen de ca…

Todos ríen y él regresa a la sala para tomar posesión de la escena, ya sin el gobernador invitado ni las comitivas que lo acompañan.

La sala se cierra y sólo quedan dentro los representantes de las federaciones que conforman el órgano que lidera. Ya en confianza –como si al paso del tiempo rejuveneciera en vez envejecer, gracias a la pócima hechicera del poder–, habla lo que no habló durante el evento previo.

Las mentadas, entonces, retumban, burlando la barrera que simulan ser las paredes y las puertas del viejo edificio.

mdominguez@elvigia.net

md_niebla@hotmail.com





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