Marco Deportivo :: Las Bajas y el colaborador
El panorama era terrorífico: ruido infernal, máquinas escandalosas, gringos tatuados, alcoholizados y eufóricos, gente acelerada que a su vez aceleraba las marchas de sus autos sintiéndose los protagonistas del evento, mugre en las calles, hedor de baño público por todos lados, empresarios que dicen amar a Ensenada cuando lo único que aman son los dólares que se llevan de Ensenada en complicidad con funcionarios que hablan de derrama económica y todos los cuentos que repiten cada seis meses creyéndose que todos les creemos. Ya no recuerdo si era la Baja 500 o la Baja 1000. Lo único que recuerdo fue el desaliento experimentado por aquellos días de 2003 al ser informado que yo era el reportero que daría cobertura al acontecimiento. En junio la Baja 500 y en noviembre la Baja 1000. Eso me quedó claro desde un principio. Fechas marcadas con un rojo intenso, de alarma, en mi agenda. Las primeras coberturas fueron el caos. La 500 más fácil, todo el mismo día. La 1000 más complicada, a corretear la nota de madrugada. Me sentía como los periodistas de información general cuando quieren debatir sobre futbol, enfervorizados por los mundiales o los juegos de la selección: un villamelón, un neófito que ni sabe ni entiende lo que escribe. Y ahí estaba, sin comprender lo que pasaba, aunque eso sí, correteando al encargado de prensa de Score International para que me diera los nombres correctos de los ganadores. Después de las “Bajas” veía el resultado impreso en el periódico: fotos de calidad en plena acción y una nota con los datos apenas necesarios para cumplir con los lectores. Así también lo consideró un aficionado que decidió enviar una colaboración apasionada y experta de las Bajas a manera de complemento. Cuando leí el correo, desconocí el lenguaje. El colaborador había visto una cosa diferente a lo que yo vi. En su encendida reseña no hablaba de ruido infernal sino del rugir de los motores. Tampoco refería máquinas escandalosas sino potentes monstruos del desierto. Lo que bajo mi percepción eran gringos tatuados, alcoholizados y eufóricos, para el servicial asesor eran los reyes de la Baja, unas leyendas vivientes que, cerveza en mano, celebraban su triunfo. La crónica del espontáneo mucho menos refería gente acelerada, mugre y hedor en las calles, sino la pasión del off road bañando de adrenalina a la ciudad. Por último, no hablaba de empresarios gandallas, pero sí citaba con idolatría la historia de amor, el romance entre Score International y Ensenada. Firmaba: Gabriel García Guerra. Cuando mi jefe me pidió una opinión sobre el texto del colaborador, le dije: ¡adelante, qué esperan para traerlo! Unos días después, ya lo habían contratado como editor y especialista en carreras fuera de camino. A casi ocho años de aquello, sólo puedo suplicar una cosa: Gabriel, no te vayas nunca, o cuando menos no te vayas mientras yo siga trabajando aquí.
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