Por Marco Antonio Domínguez Niebla

Misma historia, mismo género. Es como un corrido de esos en los que el protagonista parece salir triunfante pero al final es emboscado y sufre una muerte trágica, de tintes épicos. O como una ranchera de esas de despecho en las que el desencanto acaba con una buena borrachera para mitigar la pena por el amor perdido, aun después de haber hecho los deberes para ser correspondido. Tal vez el mejor ejemplo sea una mala telenovela de trama predecible, siempre con el mismo final. El caso es que nuestro protagonista sufre una y otra vez, contumaz, frente a los mismos errores. Y el adversario, casi sentenciado frente al paredón tricolor en espera del tiro de gracia, siempre logra salir airoso para victimar al protagonista de nuestra historia. Búlgaros, alemanes, estadounidenses y argentinos lo hicieron antes, como ahora lo hicieron los holandeses. La sexta versión presentada a modo de serie conserva el mismo tono, el mismo género de cada cuatro años. El melodrama acompaña a México, inseparable, en cada copa del mundo.

Genio y figura. En la victoria es como un amigo de esos simpáticos, el compañero desmadroso, pintoresco. Y así su imagen da la vuelta al mundo: gestoso, eufórico, al borde la locura. Así fue con América en aquella final ganada heroicamente ante Cruz Azul y así fue con la selección hasta el tercer partido mundialista. Pero en la derrota, la cosa cambia. En la derrota es como el adversario chillón de la cascarita, un pedante irracional. Y así su imagen da la vuelta al mundo: quejumbroso, inmaduro, con un sinfín de pretextos, justificaciones. Así fue con América en aquella final perdida contundentemente ante León y así fue con la selección hasta el cuarto partido mundialista. Y dos goles holandeses durante los últimos cinco minutos, cuando la calificación parecía cosa hecha, no son pura responsabilidad del árbitro. Para ser grande, para crecer como el rival que con dos pinceladas resolvió la historia, o para coronar lo hecho en la cancha por 87 minutos, bien vendría asumir responsabilidades. ¿Irse con clase del mundial? Por favor. Es el piojo.

Ardor. Como corre y como desborda, con la pelota como cocida al zapato, desde la derecha pasando en diagonal para soltar el pase letal o el tiro a meta con esa zurda de privilegio como lo hace en el Bayern alemán y como lo hace cada vez que se viste de naranja. Un fuera de serie. Un grande. Un histórico. Entiendo, sí, dolió el clavado que compró el árbitro en tiempo de compensación para dar la puntilla a México del mismo modo que no le marcó uno bueno en el primero tiempo. Así que no me vengan con mojigaterías, paisanos. ¡Más respeto al señor Robben, villamelones despechados!

Ticos históricos. Bryan de zurda para adelantar, pero de ahí vino el drama. Con uno menos, a cuidar la ventaja hasta que los griegos empataron en el último minuto. Tiempos extra. Media hora con el cuchillo en los dientes para alcanzar los penales. Y desde los once pasos el pase histórico. Holanda encontrará a otro de Conacacaf, ahora en cuartos.