Marco Deportivo








Murió Rascón, me dijo mi madre el miércoles por la mañana. Fue la primera noticia que recibí el miércoles, apenas levantado de la cama, mientras preparaba el baño. No lo ubico, le dije. Era amigo de tu padre, anticipó como para aclararme las cosas. De verdad no lo ubico, le insistí, ya con la duda de conocer la identidad de ese amigo de mi padre recién fallecido. Era un señor muy amable, agregó, siempre reía a carcajadas con las ocurrencias de tu padre, y cuando tú naciste él estuvo pendiente del parto porque trabajaba en el seguro. Hasta entonces hilé las cosas. Rascón y el seguro. No podía ser nadie más que Juanito, don Juanito. Para salir de la duda, le pregunté: ¿Juan Rascón? Sí, creo que así se llamaba, Juan, respondió ella. Luego hablé con Ángel, mi compañero de la sección deportiva de El Vigía, quien me confirmó la mala nueva. Antes de que le comentara algo, preguntó en tono serio, solemne, con pesadumbre: ¿Sabías que murió don Juan Rascón? Sí, le dije, me acabo de enterar. Entonces me encontré sintiendo la muerte de ese hombre al que apenas conocí, como si se tratara de alguien cercano. Lo cierto es que poco sabía de él. Lo suficiente, en realidad. Por ejemplo que era un hombre que seguía con fervor la carrera deportiva de su hijo menor, Juan, Juanito, uno de esos beisbolistas identificables por la pura estampa, un zurdo talentoso como pitcher o bateador de poder. A don Juan lo recuerdo siempre junto a su esposa, sentado en la grada del deportivo Antonio Palacios o del campo Valle Verde o de cualquier escenario, siguiendo con atención el andar de los equipos de su cachorro, tan parecido a él tanto en su trato amable como en su amor por el beisbol y el softbol. Siempre lo vi tan atento a lo que sucedía en el diamante que jamás me acerqué a saludarlo de mano, ni me senté a su lado. Sé lo que significa para un conocedor ser interrumpido en plenas acciones mientras analiza movimientos, estrategias. Lo llegué a saludar a la distancia, eso sí, provocando su reacción inmediata, espontánea y sonriente. Me quedo con eso, con su porte de caballero fino, atento, de bigote recordado y ni un solo pelo encanecido fuera de su lugar. Espero que don Juanito por estos momentos ya lleve dos que tres carcajadas provocadas por las ocurrencias de su amigo Ángel, mi padre, hasta allá donde se han reencontrado.

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