APUNTES PERDIDOS


Por Marco Antonio Domínguez Niebla
La indicada
El último sorbo de café, ya frío, me supo más amargo que el resto. Los brasileños, sin merecerlo, recién clavaban la segunda puñalada. River había dominado, proponiendo y buscando los caminos para empatar el global. Pero la contundencia, al igual que una semana antes en Buenos Aires, la tuvo Gremio. La diferencia de 0-1 con que empezó la semifinal de vuelta se amplió a 0-2 después de 45 minutos. El equipo argentino, cuyos jugadores llevan consigo la épica franja roja atravesando el pecho como fuego, agonizaba bajo una tormenta. Ella me marcó en cuanto finalizó su jornada de trabajo. Iría al gimnasio. “Me llamas cuando salgas, ya me voy de aquí”, le dije. Entonces, cerré la computadora y salí del café. Caminé abrumado frente a la inútil tarea de explicarme ese sentimiento tan arraigado por un equipo tan geográficamente lejano. Pero he entendido, a fuerza de fracasos, que resulta inexplicable aquello que siente un aficionado al futbol, ese ente con licencia para la infidelidad, capaz de profesar el mismo amor por un equipo de la liga de su país natal que por uno que juega del otro lado del mundo, o por otro que defiende su localía en lo más profundo del mismo continente. Todavía con el aliento amargo del café consumido y de ese zapatazo inalcanzable para el arquero Armani, me encontré metros más adelante con otro café y fui incapaz de rehuir a la tortura. “Voy a comer, te espero acá”, le escribí. “Allá te veo”, respondió. Así que me metí y encendí de nuevo la computadora con la esperanza de que el marcador se hubiese movido y de que ese movimiento se reflejara en el casillero del visitante. No era así: Gremio lo gana uno a ceroooo, dos por cero globaaaal, y empieza el segundo tiempooo, dijo Closs, el relator eléctrico que narra la Libertadores por Fox.

Ordené una ensalada. Era tan deliciosa como abundante. La consumí del mismo modo que Gremio consumía tanto el cronómetro como la vida de River, sin prisa, haciendo la mayor cantidad de tiempo posible. “Ya voy llegando”, decía el mensaje transcurrida más de media hora. “Está bien, ya le quedan diez minutos al juego, aquí te veo”, le respondí. Y justo, cuando todo parecía perdido, porque Gremio lo controlaba, Closs a todo pulmón: “Gooool, gooool de River, lo hizo Borré, señoras y señores, al treintaiséis y medio…”. Y tres minutos más tarde, el VAR en escena demostrando lo que ni el árbitro uruguayo ni nadie había visto. Y Closs de nuevo: “Señoras y señores, penal para Riveeeeer aquí en Porto Alegre”. Además, roja para el infractor: “Gremio se queda con diez”. En eso, apareció ella. “¿Qué pasó?, dijo mientras se sentaba a mi lado. “Penal, si lo meten, el global se empata a dos y lo ganan por goles de visita”, le expliqué. ¿Por qué los de River traen short rojo, y no negro?”, cuestionó. La miré y me sentí orgulloso de su apunte: “Por cábala, superstición”, respondí. Le pasé un audífono y me coloqué el otro cuando “Pity” Martínez estaba por cobrar. Y Closs: “Va Gonzalo, vaaaaa, goooooool de River, lo hizo Martínez, Martínez lo hizoooo”. Ella me regresó el audífono: “¿Con ese volumen lo escuchas?”, replicó antes acompañarme a ver los ocho de compensación que restaban tras los cinco primeros agotados entre la sanción y el cobro del penal. Reímos. Y cuando todo finalizó, me abrazó. Le conté que, como seguidores de River, sólo me entenderían mis amigos, Heriberto el reportero y Manuel el fotógrafo, pero compartimos la emoción a distancia porque ellos viven en Tijuana. También platicamos sobre el juego de mañana en Brasil: “Si Boca conserva la ventaja, hay final contra River. ¡Super Clásico!”, exclamé. Ella pareció emocionarse y hasta entenderme. “¿Cuándo empieza la final?”, preguntó. Y de inmediato, tácitamente, pactamos la cita para la próxima semana. Siempre, desde el primer día, lo supe. Y así se lo dije: “Eres tú”.
*El autor es colaborador de AGP Deportes.