APUNTES PERDIDOS


Por Marco Antonio Domínguez Niebla
Un amigo de papá (A Jorge Negrete)
Nada quería saber ni tener que ver con él. Eran tiempos de adolescencia. Rehuía, evitaba información al respecto frente a los amigos, apoderado de un extraño sentimiento de culpa ante cualquier señal de afecto o cercanía con el jefe de la casa. No sé si a muchos les pase (o no sé si haya sido un hijo ingrato), pero así me sucedía, cuidando que no apareciera ofreciéndome aventón entre mis trayectos de la Migoni primero y del Cobach después -la secundaria y la preparatoria separadas apenas por una barda sobre la calle Primera de Ensenada-, mientras caminaba rumbo a casa junto a mis amigos. Y no era que no lo quisiera o no lo respetara, sólo que frente a dicha figura de autoridad mi reacción era de rebeldía, como queriendo demostrar que había dejado de ser un niño y entonces podía dudar y cuestionar todo aquello que dijera ese señor del que, sin embargo, heredé la afición al futbol y a un equipo en particular. De ese vínculo se aferró un día para decirme: “Tengo un amigo que jugó en el América. Y fue campeón. Vive aquí en Ensenada”. La escena apenas la recuerdo, pero sí sé que lo habré mirado con incredulidad para luego cambiar el tema, suponiendo tal comentario como una fantasía o una manera de capturar la atención esquiva de su hijo, el de en medio. Nunca hubo tiempo de rectificar, de tener la oportunidad de disculparme por esos desplantes de chamaco mamón sintiéndose adulto, dudando de él en automático, en permanente desafío, por joder nada más. Y no hubo tiempo porque, antes de sus cincuenta y en mis apenas dieciocho, tomó uno de esos viajes sin regreso. Es extraño: mientras más pasa el tiempo más gente me lo recuerda, diciéndome que se los recuerdo. Como una mañana cuando cité a una leyenda del futbol de Ensenada, el profe Jorge Negrete, que antes de hablarme de sus logros como jugador profesional y como campeón con el América de mediados de los sesenta me preguntó si era uno de los hijos de Ángel. Le dije que sí y luego me contó que se enteró de unos de los últimos viajes de papá a la capital, antes del mundial italiano, y entonces él, que se encontraba en Puebla, manejó para encontrarlo y charlar de sus tiempos en Ensenada. Luego hablamos por más de una hora, nos tomamos una foto y también le dije algo que recordé, ya sin lugar a dudas: que su amigo Ángel, el locutor, me llegó a hablar de él con desmedida admiración. A un año de esa cita, testimoniada en una entrevista, el profe partió, tomó el mismo viaje que papá. Ya se habrán puesto al día.
*El autor es colaborador de AGP Deportes.
ME ENCANTAN «LOS APUNTES PERDIDOS» HABIA DEJADO DE LEERLOS PORQUE ESTABA ACOSTUMBRAADO A LEERLOS POR PERIODICO, PERO YA NO FALLARE AL LEERLOS SIEMPRE TAN INTERESANTES Y LLENOS DE EXPERIENCIAS QUE TRANSMITEN MUCHAS COSAS QUE TENEMOS EN COMUN, TE FELICITO PORQUE CREO EN LOS RELATOS, NO SIEMPRE TERMINAN CONVENCIONDOTE ESTE TIPO DE COLUMNAS Y ESTA A MI ME ENSENA MUCHAS COSAS.
YA NO DEJARE DE LEERLAS….FELICIDADES MARCO