APUNTES PERDIDOS


Por Marco Antonio Domínguez Niebla
Supervivencia (Cuéntame tu día)
Nada que hacer. Las ligas descansan, obligadas por la contingencia, así que despertamos tarde. En el celular, mi hermano menor nos alienta a los mayores y se pone a disposición, solidario, atento como es él, ante lo que suceda, sea lo que sea. Ya es más allá del mediodía y cruzo a comprar carnitas con los vecinos. Encuentro esperando su pedido a Santiago López, el ex gimnasta, y coincidimos en lo que apenas comienza y que va para largo. Intercambiamos noticias de que si ya se pospusieron o no los Juegos Olímpicos y me comparte algunas anécdotas de su trabajo como juez internacional del deporte gracias al cual ha representado a México en esa nueva función y antes como atleta. Nos despedimos y ordeno. De vuelta a casa, comemos ella y yo. Mi adolescente es feliz, descansa, ve cuanta película encuentra y come lo que papá sale a buscar, en tanto gritamos de cuarto a cuarto lo que vemos en la red. Reímos todo el día. Pero necesito mi café. También necesito aire. Salgo y camino sin rumbo pero siempre acabo en el mismo café porque no puedo estar sin café ni sin aire, aun cuando la tarea me lleve a caminar por alrededor de media hora. No moqueo ni toso y me lavo las manos. Guardo distancia y me siento a tomar el contenido del vaso en el que han puesto mi nombre adjunto a un agradecimiento por seguir yendo al lugar de costumbre. Respeto las medidas sugeridas y planeo lo de la semana. Y no habrá juegos aquí ni viajes a Tijuana, por lo pronto, sin embargo hay tanto que informar, de modo que platico con mi compadre para pactar citas y temas a abordar, todo mediante mensajes de texto. Termino mi café y solicito el rellenado para más tarde que lo necesitaré, ya instalado en casa. Me despido de los chicos que ven pasar las horas tan lentas frente a una clientela que asoma a cuentagotas. Camino de regreso y escucho un grito, es Marce, el mesero más servicial y amable que conozco. Nos tocamos los codos practicando el nuevo modo de saludar sin consecuencias. Me relata que, en comparación con la cifra cotidiana antes de la propagación del virus, es apenas una cuarta parte del número de habitual de comensales que llega a Mariscos Bahía, el restaurante más identificado con el beisbol local como propiedad de la familia Mancilla, promotora de la Liga Industrial Comercial. Él sonríe, optimista como siempre, y agrega que ya pasará este momento para volver a lo de antes. Pondera el valor de lo que tenemos tal vez sin darnos cuenta, y me dice que al término de su turno hará lo de diario, y que a final de cuentas es lo más importante, ir al lado de su esposa y comunicarse con sus hijos a ver cómo va todo. Más adelante paso por fuera del bar al que suelo asistir a ver el futbol o el futbol americano o el boxeo y me topo con una leyenda que anuncia su cierre hasta que pase todo. Uno de los meseros me observa mientras leo el papel pegado en la fachada. Le deseo suerte y me agradece, cabizbajo. Pienso en su destino y en el de sus compañeros: ¿qué puede hacer quien de repente despierta sin trabajo ni posibilidad inmediata de dar sustento a los suyos? Me paro en una esquina y pasa un auto cuyo conductor me saluda, es Jimmy, el reportero de Canal 23 de Televisa. Entonces viene a mi mente lo de siempre: Ensenada sigue siendo esa pequeña ciudad, el pueblo donde todos nos conocemos, por mínima que sea la cantidad de atrevidos que salgan de casa. Avanzo de vuelta al hogar, acelerando mi paso. Tengo que escribir. Lo necesito. No habrá deportes, pero siempre habrá algo por contar.
*El autor es colaborador de AGP Deportes.